BoCampeón

El barco Boca Juniors bajo el mando del capitán Sebastián Battaglia se encontraba navegando en mar revoltoso, posiblemente en su peor andar desde el inicio, y se topó en la cúspide de la tormenta con la posibilidad de alzar el título 71 en la historia del club.

El Xeneize llegó a Santiago del Estero para jugar la final de la Copa Argentina ante Talleres con una incertidumbre futbolística grande, tras las igualdades ante Newell`s y Arsenal, la última con peor sabor por performance y contexto del rival y necesidad. El club de La Ribera podía avivar el fuego o apagarlo para cerrar el año con fiesta. No había punto medio.

El encuentro fue totalmente ordinario. Excesiva fricción, muchas faltas, cortado por doquier y con lluvia de imprecisiones. 6 amarillas, una expulsión, 32 faltas y 2 tiros al arco describen a la perfección lo que fue el cotejo. El cual de no haber sido por el contexto y lo que estaba en juego, hubiese sido totalmente un bodrio.

Boca volvió a desnudar las mismas falencias que en las presentaciones anteriores. Era muy pasivo, exageradamente largo y no tenía movilidad. Los volantes estaban estaqueados. Talleres le cedía y no presionaba la salida de Cali Izquierdoz y Marcos Rojo, quienes más la tocaron en la noche, y los mismos debían saltear líneas ya que no encontraban receptores desmarcados, por lo que todo aquel que recepcionaba lo hacia de espaldas al arco. El Xeneize reiniciaba constantemente y no construía.

La T era ordenada. Ganaba la mayoría de los duelos y las segundas pelotas. Recuperaba en zona media y rápidamente activaba a Michael Santos y Diego Valoyes, este último el más activo e incisivo, tuvo la única oportunidad neta de la primera parte. Un remate de media distancia que con complicidad de Agustín Rossi, quien quiso retener y no desviar, casi se cuela en el arco. Pasó apenas por encima del horizontal ante la preocupada mirada del arquero que imploraba al de arriba que le guiñe el ojo la suerte.

En el déficit de Boca de generar debido a su estatismo, la figura de Edwin Cardona era necesaria, ya que el colombiano con su técnica y capacidad creativa aporta la cuota de generación que tanto escasea. Fue el gran mérito defensivo del conjunto cordobés aislar al colombiano de su zona de acción y ejecución. Planteó un encuentro con la premisa de que su incomodidad frustre cualquier intención de los de azul y oro de asociar con él como principal eslabón.

El complemento siguió el mismo patrón de monotonía abrumadora. Solo cambió su rumbo con la expulsión de Juan Ramírez a los 20´, tras doble amarilla. Esto dilapidó la intención del Xeneize de ser el proponedor, hasta ahora intención totalmente no lograda. Reinó la ley del orden. Boca prefirió no padecer a que crecer. Se abroqueló y se centró en tratar de evitar las filtraciones y aproximaciones de su rival. Lo logró, aunque su contrincante, poco paciente e inteligente, no opuso mayores resistencias.

Los penales se veían venir a millones de kilómetros. Podrían haber jugado un puñado de horas que el marcador posiblemente no se iba a modificar.

Ambos llegaban con buenos pergaminos a la definición desde el punto blanco. Ya que Boca había superado 2 de las 4 fases previas por esa vía, y Talleres más aún, imponiéndose en 3 de 4 desde la pena máxima.

Al igual que en las noches mágicas en el Madison Square Garden, la fortuna y la corona se definió por un guante oportuno. El equipo del Cacique Medina comenzó lanzando con el acierto de Mateo Retegui. Rojo empardó. En el segundo penal del Tallarín llegaría la hora señalada, Héctor Fértoli cruzó su disparo y Agustín, San Agustín, Rossi, respondió abajo. Tras eso, nadie falló. Méndez, Enzo Díaz y Michael Santos ilusionaron a los cordobeses. Pero Boca fue inquebrantable. Cali Izquierdoz, Agustín Sandez y Cristián Pavón no perdonaron. Toto Salvio, recientemente recuperado de su grave lesión de rodilla, selló el definitivo y dio luz verde al grito de «Dale Campeón».

De la puteada a la alabanza. De la desazón a la alegría. De la cabeza diciendo que no al puño victorioso. De la «crisis» a la nueva estrella. De la piña a la consagración. Así de cambiante, con pasajes de montaña rusa es el tan hablado y conocido «Mundo Boca». No conoce de medias tintas, y es inmenso. Por repercusión y ruido. Por lo que vende y por lo que sorprende. Porque te abraza o te noquea. El Xeneize tendrá fiestas en paz, y con una copa más para brindar.

Una alegría en el momento justo para el momento futbolístico que atraviesa. Deberá corregir y crecer pero hacerlo en este marco y con esta lluvia en medio del desierto facilita todo. Consagración que aporta especialmente en lo anímico. Cumplió con el objetivo del semestre y celebra merecidamente. Abrió y cerró el año gritando campeón. Ya tendrá tiempo de diagramar el 2022, el cual llegará con objetivos que requieren ineludiblemente de un crecimiento en la calidad del juego colectivo del equipo.

El sábado en vísperas del 12/12 ante Central Córdoba cerrará el año oficial. Luego, viajará a Arabia Saudita para despedir el 2021 enfrentando, en carácter amistoso, a Barcelona.

La Copa Argentina 2021 significa la número 4 en las vitrinas de Boca Juniors, máximo ganador del certamen desde su invención. Las anteriores: 1969, 2012 y 2015. El más campeón de la historia argentina sumó su título 71. Chapeau. A brindar.