Domingo gris

Apostar por la experiencia en el Superclásico. Resguardar a los pibes bajo la premisa «hay que llevarlos de a poco». Esa fue el desencadenante que utilizó Sebastián Battaglia para optar por jugadores de rodaje y no por los juveniles que tanta frescura y rédito le habían dado en el nacimiento de su ciclo como entrenador.

Rossi; Advíncula, Izquierdoz, Rojo, Fabra; Pulpo González, Campuzano, Almendra; Pavón, Orsini y Cardona. 4-3-3 marcado con dos interiores cerca de Jorman, con Edwin tirado a la izquierda y Kichan a la derecha. En los primeros 15´ la idea era ahogar la salida de River tomando a Enzo Pérez y evitando que el Millonario utilice sus canales habituales de circulación rápida de balón. El plan en el alba del partido salió como se estipuló.

Luego del primer cuarto de hora todo cambió, llegaría el punto de inflexión del clásico. Marcos Rojo primero vio la amarilla tras una dura e innecesaria barrida a Braian Romero, y segundos más tarde salió lejos a cargar de espaldas a Agustín Palavecino y Fernando Rapallini no dudó, sacó la segunda amonestación y el central ex Manchester United se debía ir expulsado en tan solo 16´ de juego. Se podrá discutir si la última era lo suficientemente fuerte como para propinar el cartón amarillo, pero no se puede negar la imprudencia sin motivo con la que el 6 fue a disputar la redonda.

El DT Xeneize sacrificó a Edwin Cardona y rearmó la línea de 4 con el ingreso de Carlos Zambrano. Para colmo, y como si la roja no alcanzará como baldazo de agua helada, a los 25´ Julián Álvarez, con un monólogo de crack, se generó el espacio, eludió a Jorman Campuzano y sacó un fierrazo de media distancia que tras tomar una movediza parábola en el aire se incrustó en el medio del arco de Agustín Rossi, que no pudo hacer mella del remate y vio caer su valla. 1-0 pasaba a ganar el dueño de casa.

La expulsión de Marcos Rojo se potenció el triple con el gol rápido del pibe Álvarez, que sacó de la galera una maniobra sin libreto que no concordaba con el desarrollo en ese momento -era de trámite parejo-.

La apertura del marcador desnudó la pobre propuesta ofensiva de Boca, que hipotecó el encuentro. Cedió iniciativa y no planteó caminos para inquietar. River manejaba la pelota a piaccere y Franco Armani era un horizonte lejano para la visita, que padecía del desgaste de correr detrás de la pelota ante un rival que con el 1-0 estaba cómodo, manejaba los hilos del encuentro y disponía de suma paciencia para encontrar el momento justo para profundizar.

Dicho momento se dio a los 43´, cuando Agustín Rossi, de pálida tarde, despejó corto, la pelota le quedó a Miltón Casco, que con sutileza asistió en diagonal a Santiago Simón. Buscapié del juvenil y nuevamente el Araña Álvarez apareció en el centro de la escena para definir al segundo palo y ampliar la diferencia. River se iba al descanso ganando 2-0 y ante un contrincante que estaba devastado anímicamente y no tenía hoja de ruta clara ni fehaciente para buscar al menos el descuento.

El complemento fue un concierto del dueño de casa, que holgado en el escenario descripto anteriormente no tenía apuros ni presiones, su adversario no lograba hacer que el triunfo peligre y se dedicaba a almacenar pases cortos para atacar la sangrante herida del hombre de menos de Boca, y así desnivelar perforando huecos y forzando desarticulaciones.

Fabrizio Angileri y Jorge Carrascal, con un tiro en el poste y un mano a mano respectivamente, tuvieron la oportunidad de anotarse en el marcador pero sus imprecisiones se lo privaron.

Boca no tenía nexo entre el mediocampo y el ataque. Además, ni Estebán Rolón -ingresó en el segundo tiempo- ni el colombiano Campuzano tienen recorrido. El arco rival le quedaba a 50mts. Se le complicaba mucho generar peligro así. Estaba extremadamente limitado a un unipersonal o a que Nicolás Orsini logre prevalecer entre 4 hombres de River.

Llamativamente Aaron Molinas solo ingresó con el asado cocinado faltando 10´, y así y todo, dichos minutos le sobraron para evidenciar el pésimo rendimiento ofensivo del equipo, haciéndose cargo de pedir la pelota, provocando asociaciones y demostrando que su no inclusión en el once titular fue una decisión extremadamente desacertada.

En la última bocha del encuentro y en un córner aislado, Carlos Zambrano ganó en las alturas y venció a Franco Armani, quien la retuvo apenas pasó la línea del arco. Descontaba Boca. Un gol que solo aportaba como elemento decorativo del tanteador. Fue final 2-1.

Derrota durísima por la manera en la que Boca afrontó el partido tras la expulsión de Marcos Rojo. Se prefirió asegurar no perder holgadamente pero se inmoló sin tener una sola alternativa concreta para buscar la igualada. Debe replantearse profundamente la actitud y la autocrítica debe recalar hondo. Desde la decisión de la formación inicial hasta lo expuesto en el campo de juego en los 90´.