Un día en Twitter, la red social por excelencia de las primicias incomprobables, surgió el rumor de que el gran Daniele De Rossi quería jugar en Boca. «Puro humo», dijeron todos. No era el primer jugador que lo decía. ¿Pero qué lindo sería, no?

«Soñar no cuesta nada», pensó Nicolás Burdisso que había jugado con él en la Roma. Sin dudarlo, inició los trámites para que su ex compañero pueda jugar en Boca. Y así, de un día para el otro, casi sin darnos cuenta, el Tano ya estaba entrenando en Casa Amarilla.

Mientras los rivales se preguntaban «¿Por qué?», nosotros disfrutábamos de ver la sonrisa dibujada en el rostro de Daniele, casi tatuada, imposible de revertir. Y sus compañeros obnubilados, perplejos, por tener a semejante jugador a su lado. Los bosteros sorprendidos ante semejante espectáculo nos regocijábamos de todos aquellos que no creyeron que el gran campeón del mundo quería venir a nuestra casa. En fin, la casa de todos los campeones del mundo.

Un 25 de Julio De Rossi llegó dispuesto a darlo todo, pero el debut se hizo esperar: no fue sino hasta el 13 de Agosto de 2019 que el Tano saldría a la cancha a deleitarse (y deleitarnos). Claro que el escenario no fue el más soñado: vs. Almagro por Copa Argentina en el estadio Ciudad de La Plata. Perdimos por penales, si. ¿Pero quién se acuerda de eso? Si el gol de cabeza de Daniele superó cualquier expectativa. Si su sola presencia opacó todo a su alrededor. Si las cámaras, los hinchas, los televidentes solo estaban concentrados en una cosa: el número 16 de Boca.

Está bien: De Rossi no jugó todo lo que esperábamos, no sé quedó el tiempo que queríamos, ni llegó a festejar un campeonato que en parte fue suyo. Pero su paso por el xeneize, su rápido aprendizaje del español y su reconfirmación del amor que siente por los colores fue suficiente. Como dice otro bostero europeo: «hay amores eternos que duran lo que dura un corto invierno». Y ese fue nuestro romance con Daniele De Rossi.